No todas las batallas se ganan. A veces, lo único que podemos hacer es aceptar la derrota. Esa es la lección, que Josh Lyman, el ficticio jefe de Gabinete de la Casa Blanca, aprende del presidente Jed Bartlett en la serie El ala oeste de la Casa Blanca. "No son las batallas que perdemos las que me molestan, sino las batallas para las cuales no nos preparamos". He ahí la cuestión. ¿Acaso hay algo peor que llegar a una batalla desarmado?
Vivimos en una sociedad, al menos en Europa, enfocada de lleno en la lucha contra el cambio climático. Cada vez son más los jóvenes que se unen a un movimiento que promueve la vida sostenible, la energía renovable y el cuidado del planeta. De hecho, según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), casi 9 de cada 10 españoles creen que asistimos a un cambio climático, de los cuales el 87% cree que el Gobierno debería tomar medidas energéticas.
Europa se ha comprometido a cambiar sus políticas para adaptarse a esta crisis ecológica, gracias, en gran medida, a las demandas de sus ciudadanos. Su compromiso es tal que, para 2050, los dirigentes de la UE se han consagrado a reducir drásticamente sus emisiones de gases de efecto invernadero y buscar formas de compensar las emisiones inevitables restantes. Es indiscutible que cada vez son más las medidas que toman los distintos países europeos para combatir el cambio climático, pasando por el impulso del transporte público hasta las subvenciones para la instalación de paneles solares. Pero ¿qué pasa con las batallas para las cuales no nos estamos preparando?
Cada día se toman decisiones sobre las prioridades políticas mundiales, eligiendo algunas causas dignas y despreciando otras. Los políticos priorizan sus políticas en un ambiente de tensión, marcado por las demandas de los medios de comunicación, los votantes, y sus propios partidos. No cabe duda de que el cambio climático es uno de los grandes retos del siglo XXI, pero eso no significa que debamos descartar otras cuestiones de igual importancia, por el simple hecho de no recibir la misma atención.
En su libro, How to Spend $75 Billion to Make the World a Better Place [Cómo gastarse 75 billones para hacer del mundo un lugar mejor], el escritor, profesor y ambientalista danés Bjørn Lomborg, analiza 12 de los problemas y desafíos más importantes del siglo XXI. Según él, ampliar la subvención del tratamiento combinado contra la malaria, la vacunación acelerada contra el VIH, una campaña de reducción de la sal para reducir las enfermedades crónicas y la inmunización de la hepatitis B es vital para mejorar el mundo en el que vivimos.
De hecho, Lomborg afirma que el crear medidas para prevenir el VIH y controlar el tratamiento contra la malaria son incluso más importantes que la lucha contra el cambio climático.
"Cada día se toman decisiones sobre las prioridades políticas mundiales, eligiendo algunas causas dignas y despreciando otras"
Según Our World in Data, las enfermedades transmisibles representan siete de las 10 principales causas de muerte infantil en los países en desarrollo, y son responsables de alrededor del 60% de todas esas muertes: más de 6 millones de muertes anuales. Según la OMS, alrededor de 241 millones de personas son infectadas anualmente con malaria. De hecho, en 2019 se registraron más de 600,000 muertes por malaria en el mundo, de las cuales 400,000 eran niños.
Las herramientas para combatir estas enfermedades se han empleado con buenos resultados en los países más ricos del mundo, pero el reto consiste ahora en ponerlas a disposición de los más pobres.
Si hay algo que ha demostrado la crisis del Covid-19 es la falta de ayudas al tercer mundo en materia de vacunas. La falta de ayuda y la negativa a liberalizar las patentes de las vacunas provocó, en gran medida, el incremento de casos en países como Botsuana, donde se detectó por primera vez la variante ómicron. Para Nicholas Alipui, director de programas de UNICEF, “es inaceptable que todos los días más de 1.500 niños sigan muriendo a causa de una enfermedad prevenible y curable”.
Está demostrado que la prevención y el tratamiento suponen una carga considerable para los hogares y los gobiernos. En Malawi, según Lomborg, se calculó que el coste directo anual total de la malaria para un hogar medio era de 40 dólares, lo que representa más del 7% de los ingresos totales. Se han registrado cifras similares para los pequeños agricultores de otros países africanos: 9-18% en Kenia, y 7-13% en Nigeria.
Parece bastante claro que la carga recae especialmente en los más pobres de cada país. Tras una evaluación económica, se llegó a la conclusión de que un aumento del uso de mosquiteras tratadas con insecticida en el África subsahariana del 2% actual al 70% proporcionaría un beneficio de casi 18.000 millones de dólares anuales, con un coste de 1.770 millones de dólares.
Finalmente, a partir de 2010, gracias al las compras al por mayor y la mejor financiación se consiguió aumentar la cifra de mosquiteras en África subsahariana de 5,6 a 145 millones según UNICEF.
Gracias a estas mosquiteras, se ha conseguido reducir la mortalidad en niños en un 20%. Además, proporcionar un tratamiento antipalúdico en dos fases al 90% de las mujeres en el primer embarazo protegería anualmente a casi 5 millones de madres y a sus recién nacidos.
Según la Doctora L. Prieto Sánchez: "Cada año, al menos 30 millones de mujeres en áreas endémicas de África para la malaria quedan embarazadas". El proporcionar este tipo de tratamientos a mujeres embarazadas, costaría menos de 500 millones de dólares y proporcionaría beneficios valorados en 6.200 millones de dólares.
El paso a la terapia combinada también es vital para el tratamiento de los más de 168 millones de personas que actualmente son tratadas con medicamentos menos eficaces contra la malaria. Lomborg afirma en su libro que la relación beneficio-coste sería de 38,6, con unos costes de 6.500 millones de dólares que reportarían unos beneficios de 252.000 millones en los próximos 13 años.
La combinación de las tres intervenciones, con un coste anual de algo menos de 3.000 millones de dólares, aportaría unos 50.000 millones de dólares en beneficios anuales. Por tanto, las estimaciones sugieren que las intervenciones para mejorar la atención sanitaria serían muy beneficiosas para los países de ingresos bajos y medios, y las pruebas de los programas del mundo real muestran que los beneficios probablemente superen los costes de forma sustancial.
"Las herramientas para combatir la malaria o el VIH se han empleado con buenos resultados en los países más ricos del mundo, pero el reto consiste ahora en ponerlas a disposición de los más pobres"
Es importante no olvidarnos del VIH, ya que, como dice Lomborg, "a pesar de los avances el número de víctimas del VIH/SIDA sigue siendo inmenso". El VIH es una de las enfermedades infecciosas más mortales del mundo, especialmente en el África subsahariana, donde la enfermedad ha tenido un impacto masivo en los resultados de salud y la esperanza de vida en las últimas décadas.
Según la carga mundial de morbilidad, que es un importante estudio mundial sobre las causas de muerte y enfermedad publicado en la revista médica The Lancet, el VIH es la segunda enfermedad infecciosa más mortal en el mundo. Según el estudio, más de 900,000 personas fallecieron en 2017 a causa del VIH. Un 50% más que las muertes por malaria.
Para Estíbaliz Osés Arranz, experto en desarrollo y cooperación internacional, "en esta zona geográfica, esta enfermedad se agrava debido a importantes factores como la escasez de recursos, la subalimentación, la falta de eficiencia en la gestión a nivel sociopolítico y sanitario, las creencias religiosas y la estigmatización del VIH/SIDA".
En los últimos años la innovación médica en la prevención y tratamiento de la enfermedad se han centrado en el TAR (Terapia Antirretroviral) tanto en población infantil como en población adulta. El TAR no solo es vital en la promoción de la salud de las personas seropositivas, sino que también supone una estrategia de prevención.
No obstante, se calcula que para poder acceder a este tratamiento, es necesario un gasto anual de al menos 22 mil millones de dólares. ONUSIDA y la Fundación Kaiser Family estiman que en los últimos años los donantes aportaron 6,9 mil millones de dólares para prevención, atención, tratamiento y apoyo. Como resultado de la crisis económica y sanitaria mundial y la fatiga de los donantes, Dinamarca, Alemania, los Países Bajos, Noruega, España, Suecia, Estados Unidos y la Comisión Europea también han reducido su gasto.
Por tanto, para poder acceder a un tratamiento eficaz y contrastado como el TAR , países como Nigeria o Kenia deben incrementar su gasto en el cuidado de salud puesto que destinan menos del 5% de su PIB, lo que reduce el número de doctores por paciente. Asimismo, el acceso a la educación, incluyendo la educación sexual, y a los servicios sexuales y reproductivos sanitarios son medidas esenciales para impulsar la autonomía de la población.
"Si hay algo que las cifras han demostrado es que la lucha contra las enfermedades transmisibles, especialmente en África, es de extrema urgencia"
El planeta está enfermo y necesita nuestra ayuda. Pero no debemos olvidarnos de los habitantes que viven en él. Si hay algo que las cifras han demostrado es que la lucha contra las enfermedades transmisibles, especialmente en África, es de extrema urgencia, ya que el VIH y la malaria amenazan con el colapso de sociedades enteras. Tal y como decía el presidente Bartlett, es importante recordar que "cada vez que pensamos que hemos medido nuestra capacidad para alcanzar un reto, miramos hacia arriba y nos acordamos que nuestra capacidad puede ser ilimitada".
EL MILAGRO DEL TAR
Una estrategia de prueba y tratamiento del VIH se lanzó en los Estados Unidos en 2010 y se implementó en partes de África seis años después. Los programas de prueba y tratamiento aún no están disponibles en todos los países africanos debido a la infraestructura deficiente, la falta de profesionales capacitados y muchas otras razones. El TAR todavía es costoso (varía de 3.700 a 9.700 euros por paciente y año) para los países africanos, pero recibe apoyo de donantes internacionales. Los tratamientos y las vacunas para la mayoría de las enfermedades normalmente se desarrollan fuera de África y tardan años en llegar a los países de bajos ingresos que inicialmente no pueden permitirse comprarlos. Pueden surgir otros problemas cuando lleguen, como la falta de infraestructura para distribuir tratamientos y entregar vacunas, y la escasez de personal médico calificado para brindar atención. La prestación de atención médica tradicional y moderna no siempre se integra de manera que mejore el comportamiento, por lo que es posible que los servicios disponibles no estén ampliamente disponibles para quienes los necesitan.
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