Los nazis llegaron a exterminar a más de 6 millones de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Pero, ¿podemos considerarles monstruos?
En 1961, Adolf Eichman, jefe del Departamento de Asuntos Judíos de la Gestapo nazi entre 1941 y 1945, fue juzgado por sus crímenes de guerra en Israel. Los observadores del juicio señalaron que parecía un padre de familia normal y corriente. No parecía haber nada en su carácter que explicara su comportamiento inhumano.
Todos esperaban encontrarse con un monstruo. Pero, tal y como señala en su libro “Eichmann en Jerusalén: Un informe sobre la banalidad del mal” la filósofa y escritora Hannah Arendt, la noción de que solo los monstruos pueden cometer actos de crueldad es una forma de deshumanizar a los perpetradores.
Arendt sostiene que los perpetradores del Holocausto no eran monstruos, sino personas comunes que estaban siguiendo órdenes y cumpliendo con su deber. Para ella, esta banalidad del mal es aún más aterradora, ya que muestra cómo personas aparentemente normales pueden cometer actos atroces cuando se les da la autoridad y la justificación para hacerlo.
En su defensa, Eichmann defendió que simplemente estaba “siguiendo órdenes”. Al final, Eichmann no era un psicópata o un asesino en serie, sino un burócrata que cumplía con su trabajo de forma diligente y eficiente. Según Arendt, el acusado no sentía odio por los judíos, simplemente consideraba que estaban obstaculizando su trabajo y debían ser eliminados.
Milgram y la obediencia a la autoridad
Milgram comenzaba sus estudios en la Universidad de Yale al mismo tiempo que se juzgaba a Eichmann. Esto llevó a Milgram a preguntarse si los alemanes eran diferentes en términos de obediencia al resto de la población. Pero primero tuvo que encontrar la forma de probar la obediencia a órdenes destructivas.
Milgram quería investigar si, en determinadas circunstancias, una persona normal daría a alguien una descarga eléctrica potencialmente letal si se lo ordenaba una figura de autoridad.
Para ello, reclutó a 40 voluntarios varones y les dijo que era para un estudio sobre la memoria. Los participantes tenían edades comprendidas entre los 20 y los 50 años y procedían de distintos trabajos.
Eichmann no era un psicópata o un asesino en serie, sino un burócrata que cumplía con su trabajo de forma diligente y eficiente
A los participantes se les pagó 4,50 a la llegada y se sorteó su papel. Un confederado ("Sr. Wallace") siempre acababa siendo el "alumno", mientras que el verdadero participante siempre era el "profesor". Un experimentador (otro confederado) dirigía el estudio. También se les dijo a los participantes que podían abandonar el estudio en cualquier momento.
El alumno era atado a una silla en otra habitación. Se le conectaban electrodos para que recibiera una descarga eléctrica cada vez más fuerte cuando este cometía un error en la tarea de memoria (tenía que recordar pares de palabras). Las descargas no eran reales, pero el profesor no lo sabía.
Las descargas eléctricas empezaban a 15 voltios (etiquetadas como "descarga leve" en la máquina de descargas) y subían 30 niveles hasta 450 voltios ("peligro - descarga grave"). A 300 voltios ("descarga intensa"), el alumno golpeaba la pared y no respondía a la siguiente pregunta. Si el profesor pedía orientación al experimentador, se le decía que continuara.
Milgram quería investigar si, en determinadas circunstancias, una persona normal daría a alguien una descarga eléctrica potencialmente letal si se lo ordenaba una figura de autoridad
Milgram descubrió que ningún participante se detuvo por debajo de 300 voltios. Cinco de ellos (12,5%) se detuvieron a 300 voltios cuando el alumno golpeó la pared. En total, el 65% de los participantes continuaron hasta los 450 voltios.
Las observaciones indicaron que los participantes mostraban signos de tensión extrema; a muchos se les vio "sudar, temblar, tartamudear, morderse los labios, gemir y clavarse las uñas en la carne". Tres incluso sufrieron convulsiones incontrolables.
Milgram llegó a la conclusión de que la obediencia tenía poco que ver con la disposición. Los niveles relativamente altos de obediencia total a una orden destructiva se explicaba mejor en términos de factores de la situación que dificultaban la desobediencia.
Por ello, identificó trece factores que podrían afectar a la obediencia de una persona, aunque los más importantes son: la ubicación del estudio en una universidad de prestigio, la voluntad del participante de no interrumpir el experimento, ya que había dado su consentimiento para participar y la novedad de la situación.
Este experimento demostró que la mayoría de las personas están dispuestas a seguir órdenes de una figura de autoridad, incluso si estas órdenes van en contra de su propia moralidad.
Aquellos hombres grises
Aquellos hombres grises son una figura literaria recurrente en diversas obras de la literatura universal. Se trata de personajes sin rasgos distintivos, anónimos y sin personalidad propia que suelen aparecer en relatos donde la opresión y la falta de libertad son temas centrales.
Uno de los ejemplos más claros de la figura del hombre gris lo encontramos en la novela "1984" de George Orwell. En esta obra, los hombres grises son los miembros del Partido que se encargan de vigilar y controlar a la población, pero que no destacan por su liderazgo ni por su carisma. Son individuos sin rostro ni personalidad propia que se limitan a cumplir con su trabajo de forma mecánica.
Para Victor Rodríguez, decano de la Facultad de Criminología de la Universidad Isabel I, “40 años después, este experimento sigue vigente para explicar algunos comportamientos en el ámbito laboral relacionados con la dejación de funciones, la jerarquía y la falta de responsabilidad’.
Zimbardo y los roles de conducta
En su libro, ‘El corazón de las tinieblas’, Joseph Conrad hace un estudio del alma humana, de las imperfecciones del hombre, la violencia que esconde y cómo la libertad y el alejarse de la civilización puede cambiar la forma en la que uno se comporta.
¿Cómo podréis vosotros imaginaros a qué precisa región de los primeros tiempos pueden conducir a un hombre sus pies sin trabas, impulsados por la soledad (soledad absoluta, sin un solo policía), por el silencio (silencio absoluto, donde no se oye la voz consejera de amables vecinos susurrando acerca de la opinión pública)? Estas pequeñas cosas son las decisivas.
Esta reflexión de Marlow es crucial para entender el dilema al que se enfrentan los personajes. La sociedad nos impone unas normas universales que tenemos que cumplir para que todos podamos vivir civilizadamente, pero, ¿qué pasa cuando no nos vigila nadie?
El experimento de Zimbardo, conocido como el “experimento de la cárcel de Stanford”, fue un estudio sobre el efecto de los roles en la conducta humana. Zimbardo pretendía investigar, teniendo en cuenta el estudio de Milgram, hasta qué punto puede una persona normal cambiar su carácter en una situación extrema. Para ello llevó a cabo un experimento para intentar explicar la desindiviudalización.
Según el psicólogo, la desindividualización es un estado psicológico en el que un individuo pierde su identidad personal y adopta la identidad de grupo de las personas que le rodean.
El experimento consistió en asignar aleatoriamente a los participantes roles de prisionero o guardia en una simulación de una prisión. Los prisioneros, un total de doce, fueron detenidos en sus casas y llevados a una cárcel. En cuanto a los guardias, estos recibieron instrucción mínima en forma de una reunión de orientación.
Al llegar a la cárcel, que se localizaba en la universidad de Stanford, los reclusos fueron desnudados, recibiendo a cambio de su ropa un uniforme, atados con una cadena al tobillo y tapados con un saco o gorro blanco. Además, se les asignó un número, ya que no tenían permitido decir su verdadero nombre.
El estudio tuvo que ser interrumpido después de solo seis días debido a la conducta abusiva de los guardias hacia los prisioneros. Los participantes se habían identificado tanto con sus roles que la situación se había vuelto peligrosa.
Se negaba la comida a ciertos reclusos, se les obligaba a permanecer desnudos o a ponerse en ridículo y no se les permitía dormir bien. Del mismo modo, los empujones, las zancadillas y los zarandeos eran frecuentes.
Zimbardo pretendía investigar, teniendo en cuenta el estudio de Milgram, hasta qué punto puede una persona normal cambiar su carácter en una situación extrema
Zimbardo y su equipo llegaron a la conclusión de que su experimento había desvelado cómo los individuos, con poca resistencia, se amoldarían a los roles sociales que otros esperan que desempeñen. Esto era especialmente cierto si dichos papeles estaban fuertemente estereotipados, como en el caso de los guardias. Además, la desindividuación y el refuerzo parecían ser la explicación más convincente de la conducta de los sujetos del experimento.
Si aplicamos este estudio a la Alemania Nazi, podemos concluir que agentes como Eichmann o el batallón 101, al vestir todos de uniforme, deshumanizar a sus víctimas, alejarse de la sociedad y ganar un cierto anonimato, se encontraron en una posición de libertad sin ningún tipo de control y, por lo tanto, decidieron cometer actos que no cometerían si estuviesen en una ciudad con una sociedad presente para juzgarles. Es decir, adoptaron un rol de conducta que llevaron hasta el final.
La psicóloga Cara Flanagan ha señalado, en conversaciones con la revista, que “llevar un uniforme le arrebata la identidad personal al sujeto para, en su lugar, comunicar una serie de normas a seguir”.
En la película Easy Rider el personaje de Jack Nicholson hace una reflexión muy acertada sobre la libertad. A mitad película, cuando los personajes llegan a la América profunda, Nicholson dice: “Es muy difícil ser libre cuando te compran y te venden en el mercado. Claro que no les digas jamás que no son libres porque entonces se dedicarán a matar y a mutilar para demostrar que lo son”.
¿Fueron los actos cometidos por los nazis resultado de su libertad individual? ¿Fueron a caso producto de una burocracia autoritaria deshumanizadora? ¿Podemos seguir llamando a los nazis monstruos? La historia del ser humano parece ir en contra de lo que decía Aristóteles. No todos tienden al bien. Muchas veces, en la búsqueda de la libertad, nos podemos convertir en auténticos monstruos pensando que esa es la esencia de lo que significa ser libres.
Como seres humanos, debemos de ser conscientes de que la realidad es que la crueldad y la violencia son parte de la naturaleza humana y pueden manifestarse en cualquier persona, en cualquier época y en cualquier lugar. Es importante recordar que los perpetradores del Holocausto eran seres humanos comunes, con familias, amigos y relaciones personales, lo que lo hace aún más preocupante.
Todos podemos convertirnos en hombres grises. Todos podemos llegar a ser como Adolf Eichmann. Todos podemos convertirnos en seres destructores siempre y cuando nos den la oportunidad para ello.
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