La Revolución Francesa siempre ha sido interpretada desde un punto de vista marxista, como pasa con Georges Lefebvre. Todos plantean la Revolución Francesa desde la lucha de clases, en la que retratan a una burguesía emergente que derrota al Antiguo Régimen. Se nos presenta una sociedad que alcanza su máximo potencial, tanto artístico como intelectual, consiguiendo así romper las cadenas de la esclavitud.
Sin embargo, si observamos dicha revolución desde un punto de vista estasiológico, veremos que se asemeja enormemente a su descendiente, la Revolución Rusa. Los teóricos de la revolución coinciden en que las revoluciones se dan en etapas de crecimiento económico, donde las perspectivas de crecimiento de las personas se ven frustradas.
Es decir, los países pobres no se pueden rebelar, porque las clases populares están demasiado ocupadas buscando comida con la que sobrevivir. Es por ello que muchas naciones africanas no entran en guerras civiles o en grandes revoluciones, ya que se encuentran postrados.
La creación de nuevas clases sociales y políticas, que se ven obstaculizadas por otras más antiguas, como pasó con la aristocracia francesa y la burguesía ascendiente, también impulsa el descontento generalizado que puede provocar un alzamiento. Por lo tanto, podemos afirmar que una revolución es el resultado de la frustración.
Partiendo de este punto, el paralelismo entre la Revolución Francesa y la Revolución Rusa es más que evidente. Ambas comienzan con una revuelta que expulsa a los contrarrevolucionarios, desde zaristas a terratenientes, dejando únicamente a los revolucionarios. Es entonces cuando se crean las divisiones dentro del mismo grupo revolucionario, en el caso de Francia con los girondinos y los jacobinos, y en el caso de Rusia, los mencheviques y los bolcheviques.
Tras llegar al poder, una de las dos facciones intenta aniquilar a la otra, venciendo en ambos casos la facción minoritaria, jacobinos y bolcheviques. Luego de haber guillotinado a sus enemigos, comenzaron las purgas internas.
Es aquí donde se puede ver la destreza política que poseen los grandes líderes revolucionarios. En Francia, Robespierre se junta con la derecha jacobina, Danton, para neutralizar a la izquierda jacobina, los libertistas. Y una vez los libertistas son guillotinados, Robespierre se vuelve contra la derecha y acaba con Danton, para finalmente ser él mismo guillotinado y dar paso a Napoleón.
En Rusia, de forma muy similar, Lenin purga a los mencheviques. Tras su muerte, Stalin se apoya en la derecha bolchevique, liderada por Bujarin, para liquidar a la izquierda bolchevique, encabezada por Trotski. Después asesinó a Bujarin y tomó el poder, demostrando así que la Revolución siempre devora a sus hijos.
El legado de la Revolución Francesa, que sigue muy presente en nuestros tiempos, es largo y potente. Sin ir más lejos, el concepto de nación se construye, se concibe, en la democracia jacobina de Robespierre. Aquí es donde se crea este ente jurídico abstracto llamado nación, para justificar el poder político. A partir de entonces, se pasa a hablar de soberanía nacional en vez de soberanía real. Es decir, se deja de obedecer a una persona de carne y hueso para obedecer a una abstracción. El concepto de ciudadano también parte de la democracia jacobina, junto a su derecho social y el desarrollo del positivismo jurídico, que establece que la ley es fruto de la nación.
Aunque sin duda alguna, uno de los conceptos más importantes de las democracias que parten de la Revolución Francesa es el concepto de representación. Es aquí donde se altera el concepto de representación para producir una especie de transustanciación jurídica. Fue en este preciso momento donde Francia adoptó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Curiosamente, izquierda y derecha siempre fueron empleadas como denominaciones geográficas. Izquierda es la gente que estaba situada a la izquierda de Mirabeu en el juramento del juego de pelota francés, donde empezó a concentrarse el fin de la servidumbre y la Declaración de Derechos entre otras muchas cosas.
Otro de los legados que nos dejó la Revolución Francesa es la leyenda negra en lo referente a la Edad Media, que nace con la abolición del feudalismo. La invención ha llegado hasta tal punto que muchas veces se piensa que el pensamiento escolástico impulsó un periodo de represión oscurantista cuando, tal y como explica Jacques Le Goff, intentó vertebrar razón y fe. Sin embargo, es entendible el odio que desprenden los revolucionarios franceses hacia esta etapa, ya que gran parte de la prestación de servicios públicos era privada.
Jacques Heers hace un análisis muy acertado en su libro ‘La invención de la Edad Media’, donde cuenta como una vez se nacionalizaron las carreteras y se estableció un tributo plano, los ciudadanos vieron un aumento considerable de los peajes por carretera.
No obstante, lo más curioso que pudo salir de la Revolución Francesa, y que está presente en gran parte del mundo actual, es la invención del metro, el kilo y el litro para poder facilitar el cobro de impuestos. Debemos tener en cuenta que cada territorio, tenía su forma de medir, lo que dificultaba la recaudación de impuestos, ya que las cantidades podían variar de un pueblo a otro.
Tal y como explica Fernando Ros Galiana en su libro Así no se mide: antropología de la medición en la España contemporánea: “El espíritu de las luces se metamorfosea, de modo superlativo, en un programa de uniformación nacional masiva, enemiga de toda diversidad y diferencia”. La homogeneización facilitó la centralización del estado para así poder conseguir esa utopía igualitaria.
Dicha búsqueda de la igualdad, llevó también a la estandarización de la vestimenta, especialmente de la masculina. Los colores básicos de los trajes modernos: azul, negro y gris, y todas sus variantes, provienen de la homogeneización de la ciudadanía durante el periodo jacobino. El Comité de instrucción Pública también elaboró un informe sobre la necesidad y medios para destruir las hablas dialectales y universalizar el uso de la lengua francesa.
Una vez caídos los jacobinos, Grácchus Babeuf postuló por la organización de la sociedad sobre la base del trabajo en común y una revolución social para completar la iniciada en 1879. Finalmente, fue guillotinado junto con los demás partícipes de la llamada ‘conspiración de los iguales’.
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