Era 1943, y los efectos de la Guerra Civil todavía estaban latentes en una sociedad dividida y atemorizada. Franco llevaba 5 años en el poder gracias a la represión política y económica de sus opositores, que se exiliaban a Francia y Latinoamérica. El futuro todavía era incierto. Fue en ese mismo año cuando nació Concepción Ramón Fos, Concha para los amigos. Hija de Francisco Ramón y Vicenta Fos, Concha podía decir, sin ninguna duda, que vivía en una familia modesta, alejada, de una forma u otra, de los estragos económicos.
Su infancia en Sagunto, según dice, no podía ser más feliz. La vida sencilla que les otorgaba una pequeña ciudad a ella y a sus amigos le permitía vivir en esa preciada inocencia que uno pierde cuando crece. Las calles se volvían, a sus ojos, bosques vírgenes a la espera de ser explorados y las tardes de juegos se alargaban cuanto les permitía el sol. Jamás tuvo problemas, jamás tuvo miedo y jamás se sintió abandonada.
Una boda, tres hijos y un divorcio después Concha podía decir que representaba fielmente la imagen de aquella mujer de la que cantaba con tanto arte Conchita Velasco. Una chica ye ye, en eso se había convertido Concepción Ramón Fos. Tras vivir el aperturismo de la dictadura en los años 60, la familia Molina Ramón entraba en una época que cambiaría por completo sus vidas. Franco estaba viejo, España estaba cansada y la democracia esperaba a la vuelta de la esquina.
Finalmente, el 20 de noviembre de 1975, tras unas largas horas de dolor y sufrimiento, el caudillo cerró sus ojos para siempre. Los teléfonos comenzaron a sonar consecutivamente para anunciar con sigilo la noticia y el champan caía de las copas como las lágrimas caían por las mejillas de aquellos que no estaban listos para cambiar de estilo de vida.
Dos años después, el 15 de junio de 1977, España celebraba sus primeras elecciones democráticas desde el final de la Guerra Civil en 1939. Europa estaba llamando a la puerta y, por fin, España estaba lista para abrirla. Concha, cómo no, participó activamente con su voto, que aunque no fue muy secreto, cumplió su cometido.
En 1981, la democracia española, todavía débil, sería puesta a prueba por fuerzas militares que añoraban un régimen que llevaba muerto años. Jamás llegó a tener gran repercusión, pero las balas incrustadas en el techo del Congreso de los diputados son a día de hoy un recordatorio de la finitud de nuestra democracia. Concepción también es consciente a día de hoy de ello, pues tensas fueron las horas en las que las calles de Valencia fueron recorridas por tanques y soldados mientras el pueblo era obligado a quedarse en sus casas.
Así pues, puede que Concepción Ramón Fos no aparezca en ningún libro o texto de historia. Pero si hay algo claro es que cada arruga de su rostro, cada arruga de sus manos, al igual que los anillos de un árbol, nos cuentan un poco más de la historia de un país que todavía está dividido.
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