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Foto del escritorLaura Fargueta Pelufo

Federico García Lorca y el vals de la vida


Federico García Lorca, poeta de la Generación del 27

Tal día como hoy, 5 de junio, se cumplen los 125 años del nacimiento de Federico García Lorca, uno de los literatos más destacados de las letras españolas, y cuya voz sería silenciada tan solo 38 años más tarde, en el calor de los primeros meses de la Guerra Civil. Acababa de poner punto y final a La casa de Bernarda Alba, preparaba una nueva obra de teatro y trabajaba en un poemario que quedaría incompleto: los Sonetos del amor oscuro.


El poeta, que tenía un temor casi patológico a la muerte y que, consecuentemente, la había convertido en el tema más recurrente de su obra, encontró su fin a manos de la Guardia Civil en el camino entre Víznar y Alfafar, en su querida Granada natal. Por casualidades del destino, también fue víctima de otro de sus mayores temores, el olvido (aunque solo en su forma física): a día de hoy sigue sin localizarse su cadáver. No obstante, Lorca ha pasado a la posteridad gracias a sus letras, que han enamorado y continuarán enamorando a miles de personas durante generaciones.



'Pequeño vals vienés', un canto a la vida


El 'Pequeño vals vienés' es un poema que Lorca escribió en 1930 y que incluyó en su antología Poeta en Nueva York.

'Poeta en Nueva York', edición de 1940

Poeta en Nueva York es la obra más destacada de la segunda etapa del poeta. A través de los poemas que componen la antología, consolida un estilo que ya se intuía en su etapa anterior, de temática surrealista, verso libre, mucho simbolismo y metáforas herméticas.


Esta primera obra de su segunda etapa nació del viaje del autor a Nueva York: en él materializa su experiencia, sus devastaciones, sus sueños truncados y las injusticias de las que fue testigo. Lorca elabora una aguda crítica al mercantilismo, el materialismo, las injusticias y la marginalización de ciertos sectores; y retrata una metrópolis en la que se ha maquinizado al ser humano, que ha perdido su individualidad para pasar a ser una pieza más del sistema.


El libro está dividido en diez partes y el poema en cuestión forma parte de la novena, «Huida de Nueva York», integrada por dos «valses». Estas dos piezas (el Pequeño vals vienés y el Vals en las ramas) se centran en la temática lorquiana del miedo a la muerte, el paso del tiempo y la nostalgia de la infancia, aunque ambas mantienen enfoques distintos: el Vals en las ramas guarda un tono cercano al de las canciones infantiles (propias de la primera etapa de Lorca) mientras que el Pequeño vals vienés añade el tema del amor prohibido y el deseo.


En Viena hay diez muchachas,

un hombro donde solloza la muerte

y un bosque de palomas disecadas,

Hay un fragmento de la mañana

en el museo de la escarcha.

Hay un salón con mil ventanas.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals con la boca cerrada.


Este vals, este vals, este vals,

de sí, de muerte y de coñac

que moja su cola en el mar.


Te quiero, te quiero, te quiero,

con la butaca y el libro muerto,

por el melancólico pasillo,

en el oscuro desván del lirio,

en nuestra cama de la luna

y en la danza que sueña la tortuga.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals de quebrada cintura.


En Viena hay cuatro espejos

donde juegan tu boca y los ecos.

Hay una muerte para piano

que pinta de azul a los muchachos.

Hay mendigos por los tejados.

Hay frescas guirnaldas de llanto.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals que se muere en mis brazos.


Porque te quiero, te quiero, amor mío,

en el desván donde juegan los niños,

soñando viejas luces de Hungría

por los rumores de la tarde tibia,

viendo ovejas y lirios de nieve

por el silencio oscuro de tu frente.

¡Ay, ay, ay, ay!

Toma este vals del "Te quiero siempre".


En Viena bailaré contigo

con un disfraz que tenga

cabeza de río.

¡Mira qué orilla tengo de jacintos!

Dejaré mi boca entre tus piernas,

mi alma en fotografías y azucenas,

y en las ondas oscuras de tu andar

quiero, amor mío, amor mío, dejar,

violín y sepulcro, las cintas del vals.


Lorca nos sitúa en una Viena petrificada en el tiempo, una ciudad de tristeza («[…] una muerte para piano que pinta de azul a los muchachos») y pobreza («Hay mendigos por los tejados»). Nos presenta un lugar de hielo habitado por los recuerdos y las imaginaciones de lo que pudo haber sido y no fue: la soledad provocada por la frustración amorosa. La esperanza, representada por la mañana, está petrificada en el «museo de la escarcha»: ese salón de baile en el que se baila un vals con una Muerte que solloza.


Para crear ese ambiente siniestro e irremediablemente trágico, Lorca utiliza, sobre todo, el recurso de la antítesis. Hay unas palomas —símbolo universalmente relacionado con la paz y la inocencia—, pero están disecadas. Las guirnaldas, que se vinculan a las fiestas y a las celebraciones, son guirnaldas de llanto.


En el Pequeño vals vienés, el yo poético hace referencia a dos temas que se sitúan por encima de los demás: un amor frustrado que se presenta para ilustrar el temor al inexorable paso del tiempo. La vida transcurre a ritmo de vals, compás tras compás, algo que se concretiza en el ritmo muy marcado del poema: cada estrofa se cierra con el estribillo: «¡ay, ay, ay, ay! Toma este vals […]», lo que da una sensación de continuidad. El yo poético se presenta como un espectador de la vida que, por tanto, pierde la cualidad de protagonista: la escarcha está en un museo —el lugar por excelencia del espectador—, el salón tiene mil ventanas (quien está dentro de ese salón observa el mundo a través del cristal).


Si aceptamos la hipótesis de que el vals representa la vida, podemos observar a lo largo del poema que el vals va muriendo poco a poco hasta que, en la última estrofa, el yo poético deja las cintas del vals a los pies del amado, como si de esta forma afirmase que le gustaría permanecer junto a esa persona durante toda la vida (el vals) hasta que la muerte los separe. Esto se reafirma en los versos «por los rumores de la tarde tibia, viendo ovejas y lirios de nieve por el silencio oscuro de tu frente»: el día va muriendo a la vez que el vals (la tarde tibia) y la muerte hace acto de presencia, pues las ovejas y los lirios de nieve son una metáfora de las huellas de la vejez (las canas). Por tanto, la muerte/la vida/el tiempo se presenta como el principal obstáculo para la pareja.


Otro elemento en el que el poeta hace hincapié es el «mar», símbolo recurrente en la poesía para referirse a la muerte y habitualmente acompañado por el «río» para representar a la vida (recordemos a Jorge Manrique en la tercera copla de las Coplas a la muerte de su padre: «Nuestras vidas son los ríos que van a dar al mar, que es el morir»).


Así pues, el vals «moja su cola en el mar»: entendemos que con la cola se refiere a la parte trasera de un vestido de gala y, al mojar su cola en el mar, se observa que la muerte amenaza a la pareja que baila. Este elemento se refuerza con uno de los últimos versos del poema: «En Viena bailaré contigo / con un disfraz que tenga cabeza de río» (el río desemboca en el mar, muere en el mar).


Hay dos versos del poema que nos permiten entender que el yo poético ve ese futuro junto a la persona amada como un espejismo, un sueño. El vals, la vida, no es más que el sueño de una tortuga («en la danza que sueña la tortuga»): la vida se puede desvanecer en cualquier momento porque no es más que algo absurdo. Asimismo, esto se relaciona con el significado de los versos: «En Viena hay cuatro espejos / donde juegan tu boca y los ecos».


Además de las evidentes connotaciones eróticas —que ya encontramos en otras partes del poema («dejaré mi boca entre tus piernas»)—, se incide de nuevo en la cualidad de espectador del yo poético y en el terreno de las ilusiones: la relación es casi un sueño que se evapora con la mañana (que en lugar de esperanza, como ya veíamos antes, representa la frustración) y que se consuma en lugares oscuros, de espaldas a las miradas indiscretas («en nuestra cama de la luna», el «oscuro desván del lirio») —recordemos que Lorca era homosexual— hasta el punto de que el poeta duda que esos momentos sean reales y no un espejismo. Hay cuatro espejos (melancolía y nostalgia, un recuerdo no tangible porque se observa a través de un cristal) y «juegan tu boca y los ecos»: el eco es el reflejo de la voz.

Con el verso «nuestra cama de la luna» también hace referencia, una vez más, a la amenazante presencia de la muerte: la luna es un símbolo vinculado a la muerte muy recurrente en la obra de Lorca.


Hay dos elementos que se repiten en dos ocasiones a lo largo del poema y que son difíciles de interpretar: las palabras «desván» y «lirio». Es muy probable que, en la segunda vez que aparece la palabra «lirio», el poeta haga referencia a la vejez («lirios de nieve»). La primera vez que se nombra, sin embargo, aparece ligada a la otra palabra: «el oscuro desván del lirio». El elemento del desván aparece posteriormente en otro verso: «el desván donde juegan los niños». Así pues, la primera vez se nos presenta un desván solitario y oscuro: un lugar apartado en las sombras como escenario en el que se consuma este amor clandestino. En cambio, con «el desván donde juegan los niños» se manifiesta la ilusión del poeta: un amor que pervive a lo largo de los años. El desván ya no es un lugar solitario.


El poeta sueña con inmortalizar su alma ante los ojos del amado, con ser recordado más allá de la muerte: «Dejaré […] mi alma en fotografías y azucenas»: la fotografía captura lo efímero y lo transforma en eterno. Como el propio Lorca, que nos dejó su alma en las palabras y que es eterno.


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