«La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza». Este es el lema del partido totalitarista que domina la trama de 1984, la conocida distopía de George Orwell; y bien podría ser la divisa de Alí Jameini, líder supremo de la República islámica de Irán, quien —continuando con la labor de su predecesor, Ruhollah Jomeiní— domina el país con mano de hierro y restringe con especial ahínco la libertad de las mujeres.
Tras el asesinato de la joven kurda Mahsa Amini a manos de la policía de la moral el pasado 16 de septiembre, se desató en Irán un tsunami de protestas en contra del régimen actual. Ese asesinato fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de un pueblo que ha sobrevivido durante las últimas décadas a base de protestas pacíficas que han sido fácilmente acalladas.
Estas nuevas revueltas son lideradas por mujeres valientes que se atreven a dar un paso al frente bajo la consigna de «¡Mujer, vida, libertad!», eslogan político popular kurdo. Muchas se atreven a quitarse el hijab (o velo) y a caminar por las calles con el cabello al aire por primera vez. Otro gesto que se ha popularizado es el de cortarse un mechón, antigua tradición persa que es símbolo de duelo y de guerra. Duelo, por el asesinato de Amini. Guerra, por el desafío al que se enfrentan ahora las iraníes.
Después de tres largos meses de protestas y de sangre derramada, el número de personas asesinadas durante las manifestaciones asciende a 458, según los datos ofrecidos por la ONG Iran Human Rights (IHRNGO) en su último informe. También se indica que, oficialmente, 11 protestantes han sido condenados a muerte. El pasado ocho de diciembre, la primera de estas personas, Mohsen Shekari —de acuerdo con lo que ha adelantado la agencia semioficial Tasnim—, fue ejecutada. Con él, el número de personas ejecutadas en Irán en lo que va de año sobrepasa las 500, la tasa más alta de los últimos cinco años.
La revista Ágora ha conseguido el testimonio de tres jóvenes iraníes de entre 20 y 30 años que residen actualmente en Alemania y que prefieren mantenerse en el anonimato. Por ello, su testimonio aparecerá vinculado a los nombres falsos de Hamed, Leila y Samira.
"Sabe que es peligroso, pero no le importa, porque sabe que, si las cosas no cambian, no tiene futuro en Irán"
Leila explica que tiene una hermana más pequeña que ella que vive en Irán con su familia y que está participando en las protestas. «Sabe que es peligroso, pero no le importa, porque sabe que, si las cosas no cambian, no tiene futuro en Irán». Samira explica cómo la represión a manos del régimen está afectando también a aquellas personas que no se han involucrado en las manifestaciones: «El otro día, mi madre estaba en la calle cuando llegaron unos policías. Tuvo que correr de vuelta a casa. Luego se enteró de que los policías habían arrestado aleatoriamente a algunas personas y les habían acusado, sin pruebas, de haber participado en las protestas.
Algunos nombres de mujeres que han sido víctimas de esta reciente situación son Nasrin Sotoudeh, abogada de derechos humanos que, por defender a las mujeres que se han atrevido a quitarse el velo, ha sido condenada a 148 latigazos y a 38 años de prisión. Por otro lado, el régimen se ha encargado de destruir la casa del hermano de Elnaz Rekabi, la escaladora iraní que compitió sin velo en un campeonato celebrado en Corea del Sur.
La policía de la moral
La «policía de la moral» podría ser perfectamente el nombre de otro de los distópicos órganos al servicio del Estado nacidos de la imaginación de George Orwell o de Margaret Atwood. Sin embargo, la policía de la moral es tan real para los iraníes que es el nombre que se esconde tras la muerte de Mahsa Amini y de otras tantas mujeres que han sido detenidas en las calles de su ciudad por mostrar una conducta «inapropiada» o poco ajustada a la sharia o ley islámica.
Según lo que nos cuenta Hamed, si la policía de la moral te detiene, te fuerzan a entrar en un coche y te llevan a la comisaría, donde, después de retenerte durante unas horas y sufrir humillaciones (que en ocasiones incluyen métodos como la flagelación), te obligan a firmar unos papeles en los que te comprometes a no reincidir.
"Nunca podré olvidar esa noche. Tuve pesadillas durante años"
Leila revela que ella tuvo un encontronazo con la policía de la moral cuando tenía 19 años, en su primer curso de universidad. «Estaba besándome con mi novio en un coche. De repente, llegó un hombre con la policía. Nos hablaron como si fuésemos criminales, nos preguntaron si estábamos casados y nos obligaron a ir a comisaría para firmar una confesión. Me trataron como si fuese una prostituta. Tuvimos suerte: después de un rato, un hombre nos dijo que podían hacer como que no había pasado nada si le pagábamos. Nunca podré olvidar esa noche. Tuve pesadillas durante años». También relató otras experiencias que vivió en la universidad: «Me enviaron dos veces a casa: la primera, por llevar las uñas pintadas; la segunda, por supuestamente llevar la falda demasiado corta».
El pasado 4 de diciembre, a raíz de las declaraciones del fiscal general iraní Montazeri, medios occidentales dieron la falsa noticia de que, gracias a las protestas, el régimen iraní había abolido la policía de la moral. Tal y como desmintió posteriormente la cadena nacional de televisión Al-Alam, el fiscal general solo había apuntado al hecho de que la policía de la moral no depende del poder judicial.
La revolución islámica
La situación de las mujeres no siempre ha sido así de restrictiva en Irán. En los años previos a la revolución islámica de 1979, se podía ver a mujeres vestidas con minifalda y sin velo, maquilladas, disfrutando de la playa en bikini o ejerciendo cualquier profesión. La educación era mixta. Sin embargo, se vivía en un ambiente de pobreza y cada vez era más notable la animadversión hacia el shah, el monarca iraní.
Así pues, en 1979, el partido liberal, el partido obrero, el partido kurdo y el partido islámico se aliaron para llevar a cabo una revolución. Una vez en el poder, el partido islámico tomó el control y aisló a los otros tres partidos. Celebraron unas elecciones y engañaron a la población, que debía votar «sí» o «no» a la pregunta de si aceptaban el gobierno de una República islámica. Se les conminó a votar que sí bajo el subterfugio de que ese era el objetivo de la revolución.
Así fue cómo se impuso la dictadura disfrazada de democracia del líder Ruhollah Jomeiní. «No se establece una dictadura para salvaguardar una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura», escribía George Orwell.
Fue en esos años cuando poco a poco se disolvieron los derechos que las mujeres ya consideraban propios. La historiadora Nikki Keddie explica en su libro Las raíces del Irán moderno: «Los grupos que cooperaron en la revolución de 1978-1979 a favor de los derechos de la mujer se disolvieron con rapidez cuando sus partidos lograron una parcela de poder, olvidándose de los esfuerzos feministas».
"Robaron los cuerpos del hospital para que la familia no pudiese saber lo que les había pasado a sus hijos"
La historia moderna de Irán está plagada de revueltas y manifestaciones como consecuencia de la continua opresión del gobierno. «Mi tío fue asesinado hace dieciséis años por su ideología», cuenta Samira. Tras las conocidas primaveras árabes, en 2019 y 2020 tuvo lugar otra oleada de protestas a raíz de la subida del precio del gas y del asesinato de las 176 personas que volaban en un avión derribado por un misil. 1500 personas fueron asesinadas en las manifestaciones, según confirmaron fuentes del gobierno.
«Participé en una manifestación», narra Samira. «Disparaban a la gente con pelotas de goma a los ojos. También utilizaban balas de pintura para poder detener a la gente una vez se alejaran de la manifestación». Leila detalla que de esas 1500 personas, 68 eran menores de edad. «Conocí a tres de ellos: fueron violados repetidamente y torturados antes de ser asesinados. Después, robaron los cuerpos del hospital para que la familia no pudiese saber lo que les había pasado a sus hijos. Fueron los doctores los que confirmaron de qué manera habían muerto».
«La ignorancia es la fuerza»
La población iraní se encuentra aislada del panorama internacional. Tienen controlado el acceso a Internet y, a no ser que paguen una VPN, cuya venta y uso está controlado por el gobierno, no pueden usar redes sociales como WhatsApp, Twitter, Instagram o YouTube. Hamed cuenta que es él quien, desde Alemania, informa a su familia de lo que está pasando en Irán gracias a los telediarios. Al fin y al cabo, tal y como afirma la filósofa Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, «la fuerza que posee la propaganda totalitaria […] descansa en su capacidad de aislar a las masas del mundo real».
Además, los periodistas internacionales tienen vetado el acceso al país, por lo que está siendo especialmente difícil la cobertura de la actualidad. El periodista, escritor e historiador Arash Azizi, candidato a un doctorado por la Universidad de Nueva York, ha accedido a contestar unas preguntas para la revista. Azizi declara que los medios occidentales dependen de «los excelentes y valientes reporteros iraníes, muchos de los cuales están en prisión. También dependemos de nuestros contactos dentro del país, así como de otros recursos online». Joan Cabasés, periodista independiente en el Oriente Medio, quien también ha colaborado con la revista, matiza que a menudo buscan el testimonio de miembros de la diáspora, la mayoría de veces activistas que se han visto obligados a huir del país.
La diferencia más importante de estas protestas con respecto a las que ha habido en las últimas décadas, según Azizi, es que las actuales están siendo más duraderas, se están involucrando infinidad de personas de diferentes condiciones y se están desarrollando en ciudades de todo el país. No obstante, para que los iraníes consigan su objetivo de derrocar al régimen «necesitan ser más organizados y coherentes». Samira opina que, si estas protestas son diferentes, es porque la gente ya no tiene miedo. «Antes, la gente no quería violencia. Ahora es diferente, estamos cansados y dispuestos a todo».
Sin embargo, según datos ofrecidos por la Armed Conflict Location & Event Data Project (ACLED), en las últimas dos semanas ha disminuido significativamente el número de protestas. Si la situación persiste, se corre el riesgo de que, una vez más, el gobierno consiga apagar la llama del fuego de las revueltas.
Leila concluye con lágrimas en los ojos: «No importa cómo de pequeño sea el número de personas conscientes de la situación que estamos viviendo. Aunque mi voz llegue tan solo a una persona, esa persona importa. Puede suponer la diferencia».
LA VIDA MATRIMONIAL
La obligación de llevar el velo o hijab es solo la punta del iceberg de un sistema que oprime a las mujeres en su día a día. Uno de los aspectos más olvidados es el del matrimonio infantil: en Irán, está permitido que una niña se case a partir de los 13 años, pero con un permiso judicial puede contraer matrimonio antes. Los padres venden a las hijas porque son objetos de su propiedad. Según datos ofrecidos por la ONG Girls not brides, un 17% de chicas contraen matrimonio en Irán antes de los 18 y un 3% lo hace antes de los 15. Una vez casada, la mujer pierde casi todos sus derechos: no puede viajar, estudiar o trabajar sin el permiso del marido y no puede divorciarse a no ser que él así lo quiera.
Comentários