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Foto del escritorÁgora

Don Ramón en el Congreso


Habían pasado muchos veranos desde que, en agosto de 1982, Ramón Tamames dejase definitivamente la política. Cuarenta años después, el economista e historiador, volvía a cruzar las puertas del Congreso de los Diputados, esta vez, con los signos del paso del tiempo, que dejan mella en el cuerpo.


Meses atrás, durante una cena de amigos, Fernando Sánchez Dragó, con varias copas de vino encima, había propuesto a su gran amigo “Santi” Abascal a Tamames como candidato a la moción de censura presentada por Vox. A todos los presentes les pareció una elección excelente. ¿Quién no querría tener a un excomunista de su parte?


“No puedo hacerlo peor que Sánchez”, tuvo que pensar el profesor cuando aceptó la propuesta de Vox. Sin duda alguna, esta, era una oferta que no podía rechazar. Entró en el hemiciclo, acompañado de su bastón y de un ujier. Lejos quedaban ya los largos discursos en la tribuna. Las piernas se resentían y no estaban dispuestas a poner de su parte para que el viejo profesor pregonara sin descanso su agenda política frente a los diputados del congreso.


Sentado en el sillón, su figura encogía mientras los cámaras intentaban capturar cada expresión. Cada ceño, cada mirada, cada movimiento. Abascal, sentado a su siniestra, se preparaba para su intervención, listo para comenzar lo que sería su segunda moción de censura. La sexta en la historia de la democracia española.


Una vez comenzado el pleno extraordinario, era más que evidente que la butaca se le quedaba grande al exdiputado. Su trabajo, una vez concluida su intervención, de menos de dos horas, consistía en dejar pasar a su compañero de escaño, cada vez que salía para replicar a Sánchez.


Con las manos quietas tras cada discurso, lo único que parecía importarle al profesor era su reloj. Los minutos pasaban lentamente, y las agujas parecían estar congeladas en el tiempo. “¿Cuándo me dejarán volver a mi casa para echarme la siesta?”, pensaría Tamames. Tal vez no había sido buena idea aceptar la propuesta después de todo.


Ahora, solo podía esperar como espera un profesor cuando sus alumnos exponen en clase y echarles la bronca cuando estos se exceden de tiempo. “Señorito Sánchez, lleva más de una hora exponiendo. Deje hueco a sus compañeros y no me haga perder el tiempo”, diría en su aula.


Cinco horas después, Don Ramón se levantó dando las gracias por la oportunidad y con prisa por llegar a casa. Tal vez no consiguiera pasar la moción de censura, pero ya tenía un nuevo libro para publicar. Bien está lo que bien acaba.

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