“Yo soy un gobierno”, así se describía el presidente Pedro Sánchez en los minutos finales de su cara a cara con Feijóo. Este pequeño lapsus dejó ver a la audiencia la verdadera cara de un hombre que, como otros tiranos antes que él, pasando por Julio César hasta llegar a Napoleón, creen que su país es inherente a ellos.
No hubo ninguna propuesta, al menos ninguna sólida, y si las hubo, se vieron perdidas entre tanto ruido. Las mentiras volaban por la mesa mientras el silencio de los moderadores llenaba el resto del estudio. Feijóo decidió ir al ataque y, Sanchus Maximus, emperador de toda España, pareció verse sorprendido y acorralado.
Tal vez si su vehemencia le hubiese acompañado a lo largo de todo el debate, podría haber remontado. Pero hablar de datos económicos con vehemencia no es natural en un socialista. Al final, los españoles hubiésemos ganado mucho más si el debate se hubiese emitido en las ruinas del ya difunto Sálvame, con el polideluxe preparado y Conchita sentada junto a los candidatos.
¿Ha ganado alguien? Está claro que no. Pero también es evidente que Sánchez ha perdido. Así son las paradojas de los debates. Muchas veces no hay ganador, pero siempre hay un perdedor. Parece ser que estos cinco años en la Moncloa han aislado a nuestro presidente, que ya no sabe como hablarle a sus ciudadanos. El viejo grito de “que vienen los fascistas” ya no sirve y Sánchez parece saber como gobernar únicamente en la república independiente de su casa.
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