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La religión del siglo XXI

Actualizado: 28 nov 2022


La diputada de VOX, Carla Toscano, en el pleno del miércoles 23 de noviembre de 2022

Desde los más habituales, como “imbécil”, “gilipollas” o ”canalla” hasta los más originales, como “palmera” —véase el calificativo con el que Gabriel Rufián se refirió a la diputada del PP Beatriz Escudero—: aquí una pequeña muestra de los innumerables insultos que nuestros políticos, diputados españoles, se han dedicado en los últimos años en un escenario tan propicio como es el Congreso de los Diputados.


La gota que ha colmado el vaso y ha hecho explotar la indignación mediática ha sido la frase machista que Carla Toscano, diputada de VOX, dirigió el pasado miércoles 24 de noviembre a la secretaria de igualdad Irene Montero. Toscano aseguró que el único mérito de Montero es “haber estudiado en profundidad a Pablo Iglesias”.


Lo que no se puede poner en duda es que el Congreso parece haberse convertido en un patio de colegio en tan solo unas décadas. Ahora, los diputados esgrimen una política infantiloide y populista con la que pretenden polarizar cualquier cuestión relevante que pueda ponerse sobre la mesa. Ya no importa el “bien común” —que debería ser el fin último de la política— sino el poder, el quién tiene la razón. Asimismo, los extremismos y los fanatismos están en auge. Los votantes defienden a los partidos y a los líderes como hinchas. La política es la religión del siglo XXI y los políticos son los ídolos: ya no importa lo que digan, con tal de que consigan vencer al contrario a través de insultos, el recurso de aquel que carece de argumentos. El respeto es cosa del pasado, así como el tomar responsabilidad sobre los asuntos. Ahora lo que está de moda es la política del tuit.


Detrás de esta política sin fondo se esconde una cuestión muy peligrosa. En el momento en que la violencia —física o verbal— se cuela en la política, se da un rebrote de fanatismo. Citando al filósofo Denis Diderot, “del fanatismo a la barbarie solo media un paso”. La intolerancia ha encontrado un hueco en aquel lugar que debería ser el espacio de encuentro de diferentes ideas, diferentes ideologías que, a través del diálogo, alcanzasen un acuerdo para gobernar un país de la mejor de las maneras. El Congreso debería ser el lugar más cercano al ágora de la Antigua Grecia, aquel espacio de debate en el que confluyen y conviven ideas de lo más diversas.


Por ello es tan peligroso que en un lugar de diálogo se den brotes de intolerancia como los citados. Y es que, tal y como defendía el filósofo austríaco Karl Popper, “hay que ser intolerantes con la intolerancia”. No debemos permitir que triunfe esta manera de hacer política tan populista y tan hueca, tan desprovista de una base argumental. Hemos de luchar por recuperar ese espacio de diálogo donde puedan convivir diferentes maneras de pensar a través de la dialéctica, ese ágora socrática.

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